Durante mucho tiempo, los médicos y pacientes creyeron que el estrés o la ansiedad eran responsables de afecciones como la gastritis crónica, las úlceras gástricas e incluso algunos tipos de dolor estomacal persistente. Sin embargo, el avance de la ciencia reveló que muchas de estas molestias tienen un origen infeccioso, silencioso y mucho más común de lo que se pensaba.

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La verdadera responsable de estos problemas digestivos es una bacteria llamada Helicobacter pylori. Descubierta en 1979 por el patólogo australiano Robin Warren y su colega Barry Marshall, quien incluso la ingirió para demostrar su relación con la gastritis, este hallazgo transformó por completo la comprensión y el tratamiento de las afecciones gástricas. Por su trabajo, ambos recibieron el Premio Nobel en 2005.
Cómo daña el estómago esta infección silenciosa
Helicobacter pylori es una de las infecciones más comunes del planeta. Se estima que afecta a cerca del 50 % de la población mundial. En palabras del doctor Javier Gisbert, especialista del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario La Princesa, “es la infección más frecuente junto con la caries dental”.

La Helicobacter pylori es una de las infecciones más comunes del planeta.
A pesar de vivir en un entorno ácido y hostil como el estómago, la bacteria ha desarrollado mecanismos de defensa sorprendentes. Se oculta en la capa de moco gástrico y produce ureasa, una enzima que neutraliza el ácido localmente, lo que le permite sobrevivir. Además, se adhiere a las células del epitelio gástrico, evadiendo así el sistema inmunológico.
El doctor Blas Gómez Rodríguez, coordinador andaluz del Registro Europeo de H. pylori, explica que la mayoría de los infectados no tienen síntomas. Pero en otros casos, esta infección estomacal puede derivar en lesiones graves como úlcera gástrica o incluso cáncer de estómago, dependiendo de la agresividad de la cepa y de la predisposición genética del paciente. Por ello, la detección temprana es fundamental para cuidar la salud gastrointestinal.
Cómo se detecta y cuál es el tratamiento más eficaz
La bacteria suele permanecer oculta durante años. Pero ante síntomas como malas digestiones, pesadez, acidez frecuente o molestias continuas en la zona superior del abdomen, se recomienda acudir al médico para descartar su presencia. Existen dos pruebas no invasivas de gran fiabilidad: la prueba de aliento y el test de antígenos en heces.

Para eliminar la Helicobacter pylori es necesario tomar antibióticos.
Si se confirma la infección, el tratamiento habitual consiste en una combinación de tres antibióticos junto con un inhibidor de la bomba de protones, como el omeprazol. En algunos casos también se incorpora bismuto, por su acción bactericida. Según los consensos clínicos coordinados por el Dr. Gisbert, una terapia eficaz debe alcanzar al menos un 90 % de erradicación, aunque actualmente las tasas han descendido debido a la resistencia a los antibióticos.
Gisbert destaca que el factor más importante para el éxito del tratamiento es el cumplimiento. “Hay que explicar bien los efectos secundarios, que pueden ser molestos, pero temporales”, afirma. Además, un mes después de terminar el tratamiento, se debe repetir la prueba diagnóstica. Superar la infección no garantiza inmunidad, por lo que es posible volver a contagiarse.
Lo que se sabe sobre el contagio

A pesar de décadas de investigación, aún hay incertidumbre sobre cómo se transmite esta infección silenciosa.
A pesar de décadas de investigación, aún hay incertidumbre sobre cómo se transmite esta infección silenciosa. “Es curioso que todavía no sepamos con certeza cómo se produce el contagio”, reconoce Gisbert. Las vías más probables varían según el contexto: en países con malas condiciones sanitarias predomina la transmisión fecal-oral, mientras que en países desarrollados se cree que la vía principal es la gastro-oral, es decir, por contacto con vómitos o regurgitaciones.

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Esto explicaría por qué se observa más transmisión entre niños pequeños y adultos cercanos. Sin embargo, Gisbert aclara que la bacteria no se transmite por la saliva ni por los besos, como se suele pensar.
Además, investigaciones recientes exploran el genoma de la bacteria para entender sus variantes más agresivas. Algunas cepas, como la USU101, producen toxinas como CagA y VacA, implicadas en la inflamación gástrica y en la colonización del estómago. Estas diferencias genéticas pueden determinar si la bacteria se comporta como un simple huésped o como un verdadero agresor que desencadena enfermedades más graves.