Los trastornos de la marcha son alteraciones en la forma de caminar que afectan el equilibrio, la coordinación o la velocidad al desplazarse. A medida que envejecemos, es común que se presenten cambios en el sistema musculoesquelético, neurológico y sensorial, lo que incrementa el riesgo de desarrollar estas dificultades.
Según el Manual MSD, hasta el 20% de los adultos mayores de 65 años y más del 40% de los mayores de 85 presentan algún tipo de problema en la marcha. Estas alteraciones pueden derivarse de causas neurológicas (como el Parkinson o accidentes cerebrovasculares), ortopédicas (artritis, debilidad muscular) o sensoriales (visión reducida, alteración del oído interno).
Detectar a tiempo: signos de alerta
Reconocer un trastorno de la marcha en etapas tempranas puede evitar complicaciones graves como caídas, fracturas o pérdida de independencia. Algunos signos de alerta incluyen:
- Inestabilidad al caminar
- Pasos cortos o arrastrados
- Dificultad para levantarse o girar
- Temor a moverse sin ayuda
Estudios de la OMS destacan que las caídas son la segunda causa de muerte por lesiones no intencionales en mayores de 60 años. Por ello, una evaluación médica integral es fundamental para detectar causas tratables.
Tratamiento y prevención: claves para el bienestar
El tratamiento de los trastornos de la marcha depende de su origen. Puede incluir fisioterapia, ejercicios de fortalecimiento, corrección del calzado, medicamentos, y en algunos casos, cirugía o el uso de dispositivos de asistencia (bastones, andadores).

Evita caídas de los adultos mayores con los que vives. Foto: composición GLR/difusión
Asimismo, adaptar el hogar para prevenir caídas —como instalar pasamanos, eliminar alfombras sueltas o mejorar la iluminación— puede ser clave. Un estudio de la Universidad de Harvard subraya que programas de ejercicio supervisado mejoran la estabilidad y reducen las caídas hasta en un 35%.

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Promover el bienestar en la tercera edad
Promover el bienestar en adultos mayores implica más que tratar síntomas: se trata de preservar la autonomía, la movilidad y la calidad de vida. La intervención temprana, la educación y el apoyo familiar son esenciales para lograrlo.