En la reciente emisión de El valor de la verdad, Samahara Lobatón hizo una revelación que removió recuerdos y opiniones dormidas: durante su adolescencia, su madre, Melissa Klug, recurría a métodos correctivos físicos ante sus actitudes rebeldes y su consumo de sustancias ilícitas. En sus palabras, relató que su madre "te volteaba" sin necesidad de correas ni chancletas. “Mi mamá tiene la fuerza de un hombre, literalmente”, afirmó. El testimonio encendió las alarmas, no solo por lo expuesto, sino por el eco que estas situaciones tienen en muchos hogares que aún confunden disciplina con agresión.
¿Es normal recurrir al castigo físico cuando se pierde el control?
No es raro que en momentos de desesperación, frustración o miedo por la seguridad de los hijos, los padres recurran a una bofetada o un empujón. Escenarios como un niño desobediente que cruza la calle corriendo pueden hacer que el adulto pierda la paciencia. Sin embargo, estas reacciones no son soluciones. Según el economista Norbert Schady, autor invitado en el blog Primeros Pasos del BID, incluso los castigos leves, como una nalgada, pueden provocar efectos duraderos en el bienestar emocional de los menores. El especialista advierte que estos actos generan conductas agresivas en la adolescencia y problemas de salud mental en la adultez.

No es raro que en momentos de desesperación, los padres recurran a una bofetada o un empujón.
¿Qué impacto tiene esta forma de "educar" en el desarrollo de un niño?
La violencia durante la infancia, aunque se realice con la intención de corregir, deja huellas profundas. Clara Alemann, directora de Promundo US, explica que acciones como el aislamiento, la humillación o el retiro de afecto tienen consecuencias negativas, incluso si no se perciben como maltrato físico. UNICEF refuerza esta posición en su informe 'Eliminating violence against children', donde se detalla cómo la exposición prolongada a entornos agresivos afecta el desarrollo cerebral, emocional y social de los niños. Estas alteraciones pueden derivar en trastornos depresivos, ansiedad, comportamientos autodestructivos y dificultades para establecer relaciones sanas en la adultez.
¿Qué aprendemos cuando se golpea a un niño?
El castigo físico transmite un mensaje contradictorio: se corrige un error utilizando la violencia como recurso. En lugar de fomentar comprensión, se enseña obediencia por miedo. Además, los menores que crecen en entornos donde los golpes son frecuentes tienden a replicar esa conducta en sus relaciones futuras, perpetuando un ciclo de violencia. Este tipo de crianza también daña el vínculo entre padres e hijos, erosionando la confianza y generando distanciamiento emocional que difícilmente se repara con el tiempo.
¿Existen alternativas más efectivas que el castigo físico?
Numerosas investigaciones respaldan métodos de crianza positivos que no requieren gritos ni golpes. Establecer límites coherentes, reforzar comportamientos adecuados y mantener una comunicación constante permite guiar a los niños sin recurrir a la violencia. Además, enseñarles a gestionar sus emociones y a resolver conflictos de forma respetuosa fortalece su desarrollo integral y evita que crezcan bajo el temor, el resentimiento o la culpa.
¿Es momento de replantear cómo corregimos a nuestros hijos?
El caso de Samahara Lobatón y Melissa Klug no es un hecho aislado. Refleja una realidad cotidiana en miles de familias donde se confunde la corrección con el castigo. Replantear la crianza desde la empatía, el entendimiento y el respeto es más que una elección: es una necesidad respaldada por la evidencia científica. Golpear nunca ha sido sinónimo de educar. Al contrario, es una forma de enseñar miedo, no valores. Es momento de hablar, de aprender y de cambiar.