Llevarse a la boca la piel de los dedos, los labios o el contorno de las uñas no siempre responde a una manía pasajera. Esta conducta podría evidenciar un trastorno conocido como dermatofagia, una condición donde la tensión emocional se manifiesta a través de acciones físicas que comprometen el bienestar, este comportamiento refleja cómo el cuerpo canaliza el estrés o la ansiedad.

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La dermatofagia forma parte de los trastornos repetitivos centrados en el cuerpo, con características similares a conductas como arrancar el cabello o morder las uñas. En ciertos casos, las personas llegan a tragar fragmentos de piel, aunque este factor no resulta imprescindible para establecer un diagnóstico. Laura Valenzuela, psicóloga de Mundo Psicólogos, explica que esta conducta puede aparecer como una respuesta inadecuada frente a emociones intensas o difíciles de gestionar.
Ansiedad, impulsividad y TOC: el trío detrás del trastorno
Entre los síntomas más comunes de la dermatofagia están el impulso incontrolable de morderse la piel, la dificultad para detenerse y la aparición de heridas visibles. Se ha vinculado con episodios de ansiedad, trastornos obsesivo-compulsivos y también con una baja tolerancia a la frustración. En algunos casos, la persona no es consciente del daño que se provoca hasta que el dolor físico lo hace evidente.

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¿Cómo saber si necesitas ayuda?
Si morderte la piel ha pasado de ser algo ocasional a una rutina diaria, es importante prestar atención. Las consecuencias pueden ir desde infecciones y cicatrices hasta una afectación emocional más profunda, incluyendo vergüenza o aislamiento social. Lo más recomendable es consultar con un profesional de salud mental para evaluar el origen del comportamiento y establecer un plan de tratamiento adecuado.
La intervención más eficaz para tratar la dermatofagia suele apoyarse en técnicas conductuales. Entre las estrategias recomendadas se encuentran sustituir el hábito por acciones alternativas, como tocar superficies agradables al tacto, utilizar guantes o aplicar materiales que dificulten el acceso a la piel. También se aconseja incorporar ejercicios de respiración, métodos de relajación y prácticas para manejar el estrés, con el fin de disminuir la necesidad de recurrir a este comportamiento.
En casos más complejos, donde existe depresión o trastornos de ansiedad generalizada, el especialista podría considerar el uso de psicofármacos como ansiolíticos o antidepresivos. Sin embargo, los medicamentos deben ser una herramienta complementaria, no la base del tratamiento. La clave está en enseñar al paciente estrategias saludables para afrontar sus emociones.